CARTA DESDE CIUDADANÍA by LEOPOLDO DE QUEVEDO Y MONROY
García Márquez escribirá cartas desde Macondo, Mejía Vallejo desde Balandú, Libaniel Marulanda desde Marcelia, Tomás Moro desde Utopía o Dante desde el Infierno. Hoy me encuentro en Ciudadanía bebiendo el paisaje y aspirando deseos y aire fresco. Me he sentado sobre mis preocupaciones y he mirado hacia donde nacen las cavilaciones. Desde la mesa donde habita mi cerebro electrónico lanzo estas letras patas arriba, no importa lo que digan al caer como pies de niño en el cuadro de Rayuela. Al fin y al cabo Ciudadanía queda un poco antes del Limbo ¿Importa algo decir donde está situada Ciudadanía? Tal vez sí. Es mejor, cuando se intenta dialogar sinceramente, ubicarse antes en un buen sillón y poder mirar al otro directo, a la cara. Ciudadanía queda cerca de Democracia, también cerca de Prosperidad, aunque no quiere decir que aquí donde me hallo haya ni una ni la otra. Hay teléfonos y se habla entre las tres ciudades pues son equidistantes. Estoy lejos de Justicia y de Equidad, dos hermanas, casi siamesas. Ni siquiera hay servicio de celular allí en esta era de modernidad. Supongo que usted ya sabrá donde me encuentro. Les he dado las coordenadas. Por supuesto que no estoy hablando “desde un lugar de las montañas de Colombia”. En Ciudadanía uno tiene derecho a estar con la boca abierta o cerrada. Da lo mismo. No sirve pedir, rogar, sufrir, lamentarse, ahogarse en medio de las lluvias o la pobreza o el desempleo. Porque no hay lugar a diálogo. Sólo se oyen las emisoras que entrevistan cada día a sargentos, mayores, intendentes, generales, al ministro de Hacienda, al de Planeación. A los demócratas de la nación. A la gente del pueblo no se la oye. Si mucho se leen unos twiters que llegan al blackberry de Caracol. En Ciudadanía la gente casi no va al trabajo a las empresas. Trabaja para intermediarios que han reemplazado a las empresas. Con los dueños y responsables no se ve. Ellos prestan los locales y mantienen administradores y secretarias que se prestan por diez céntimos. No hay derecho a enfermarse sino hasta los noventa años que es la edad mínima de esperanza de vida. Hay unos hospitales parecidos a los que uno ve en las películas, pero los servicios los prestan unos entes llamados EPS, IPS y ESES para embolatar a los usuarios. Si alguien enferma deberá pagar una sanción llamada copago – porque ya hubo prepago -. Si se pone grave, sus parientes deberán pagar, – porque las EPS son tan pobres que no tienen con qué pagar medicamentos, cirugías y tratamientos que los llevarían a la catástrofe -. Ciudadanía tiene calles, esquinas, almacenes, donde se vende el hambre al por mayor y en detalle. Es lo que se llama empleo. Cada trimestre sube el nivel de empleo en estos menesteres. Vienen unos informantes del Dane y reportan que las tiendas y las chucherías han aumentado y el índice sube, natural. Acabamos de llegar casi a un dígito. Aunque Ciudadanía, como lo he descrito, es un lugar de éxito en el mundo y los noticieros dicen que es una maravilla, hay mucha policía y ejército, casi tanto como en Brasil o Venezuela o en Cuba. El presupuesto para guerra ha subido. ¿Hablé antes de guerra? No, por supuesto, en esta heterotopía hay seguridad y no hay de qué quejarse.
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